Somneft era un cadáver de metal y polvo. Su superficie, abrasada por tormentas radiactivas y siglos de abandono, se extendía como una herida abierta bajo la luz moribunda de su sol. No había vida, ni sonido, ni propósito. Solo el eco de máquinas que soñaban en silencio desde antes de que la Humanidad aprendiera a mirar las estrellas.
Durante milenios, el planeta había permanecido ajeno al Imperio y a sus guerras. Ningún colono había reclamado sus desiertos ferruginosos, y las sondas imperiales apenas registraban ecos en sus profundidades. Pero entonces, algo cambió. Desde las entrañas del mundo surgió una señal. Una transmisión fragmentada, un pulso cuántico cargado de códigos imposibles que atravesó la disformidad y alcanzó los oídos de la Inquisición.
En cuestión de días, la maquinaria imperial se puso en marcha. La flota de los Vigías de la Muerte, los cazadores de xenos más temidos del Imperium, fue enviada a investigar. Su misión era clara: localizar el origen de la señal y determinar si representaba una amenaza... o una oportunidad.
Los augures de largo alcance mostraban túneles laberínticos bajo la corteza del planeta, estructuras ciclópeas enterradas en kilómetros de roca. Los magos del Mechanicus hablaron de geometrías imposibles, de patrones que parecían latir como un corazón dormido. Los Vigías no necesitaban más. Donde otros veían enigmas, ellos veían un objetivo.
Pero Somneft no estaba tan muerto como parecía. El eco de la señal había viajado más allá del espacio imperial. En las sombras del vacío, capitanes corsarios eldar, adoradores de los poderes oscuros, restos del enjambre y piratas orkos captaron el mismo pulso espectral. Todos sabían lo que significaba: una necrópolis había despertado. Y con ella, la promesa de artefactos inimaginables y poder incalculable.
El polvo del planeta comenzó a agitarse. Desde los cielos, las cápsulas de desembarco imperiales descendían como meteoros ardientes, trazando líneas de fuego sobre un horizonte sin vida. Bajo la superficie, los sensores olvidados de un imperio antiguo se encendieron por primera vez en milenios.
En las profundidades, algo abrió los ojos.
El asalto a la necrópolis estaba a punto de comenzar.