Extracto recuperado del archivo 778.M41 — Autorización del Ordo Xenos, nivel Sanctum. Fuente parcial: transmisiones vox fragmentadas procedentes del mundo-tumba designado “Somneft”. Estado del equipo: desconocido.
El viento de ceniza soplaba sobre las ruinas negras de Somneft, un mundo muerto donde el silencio parecía observar. Las tormentas arrastraban fragmentos metálicos que tintineaban al chocar contra los monolitos fracturados. Bajo ese cielo apagado, cinco figuras avanzaban con paso firme: las novicias del Adepta Sororitas, enviadas a investigar el origen de unas lecturas que el Ordo Xenos había declarado de naturaleza prohibida.
Habían sido diez al aterrizar. Ahora solo quedaban cinco.
El contacto con el otro grupo se había perdido hacía más de un ciclo planetario. Ninguna señal había respondido por los canales vox, solo el ruido estático del vacío.
La Novicia Superiora Ximena encabezaba la marcha, su bólter reliquia preparado, la espada de energía descansando en el costado. La fe mantenía su mente centrada, pero sentía el peso del lugar oprimiéndole el alma. Somneft no era un mundo muerto. Era un mundo dormido.
Tras ella, las hermanas avanzaban entre sombras líquidas. Yara, con su lanzaestacas de condenación al hombro, vigilaba cada esquina con fervor silencioso. Luciel caminaba detrás, sosteniendo el lanzallamas del Ministorum, y el olor del promethium purificador acompañaba sus rezos susurrados. Sera sujetaba un pequeño relicario que temblaba con un pulso cada vez más rápido, su pistola automática lista. Inés cerraba la formación, con el rugido bajo de su eviscerador penitente recordando a todas que la muerte era solo una forma más de fe.
Descendieron por una abertura que los sensores habían marcado como punto de energía. El interior del edificio —una pirámide invertida cubierta de jeroglíficos— absorbía la luz de sus linternas. En las paredes, los símbolos necróticos parecían moverse, reptando bajo la superficie como si aún conservaran voluntad.
—Silencio. —La voz de Ximena resonó en el canal interno—. Algo nos observa.
El relicario de Sera comenzó a vibrar con fuerza, y en el mismo instante, un rayo verde cortó la oscuridad. La novicia esquivó por instinto, y el disparo fundió la piedra donde había estado su cabeza.
De las sombras emergieron los Guerreros Necrones, despertando de su sueño eterno con un zumbido bajo y un brillo antinatural en sus ojos de jade.
Luciel apretó el gatillo y el fuego sagrado rugió, tiñendo el aire de naranja. El promethium bendito lamió los cuerpos metálicos, que se retorcían bajo las llamas antes de recomponerse lentamente.
Yara respondió disparando una lluvia de estacas, cada una marcada con el sello de la condenación; los proyectiles se clavaban en las carcasas y estallaban en ráfagas de luz blanca.
Inés se lanzó al frente, su eviscerador rugiendo como un canto penitente, partiendo en dos a uno de los autómatas.
—Adelante, hermanas. Que la luz del Trono nos guíe. —Ximena avanzó entre chispas y polvo, su bólter atronando cada palabra.
El combate se convirtió en un rezo ensordecedor. Entre fuego y metralla, Sera cayó de rodillas, su relicario iluminado con un resplandor cegador.
—¡Superiora! Algo más… algo bajo nosotros está despertando.
El temblor recorrió el suelo, y una cámara se abrió en el centro del santuario. Allí, suspendido en un campo de energía verde, flotaba un sarcófago de obsidiana. Las runas a su alrededor comenzaron a brillar, una a una, en un orden imposible de comprender.
Ximena no dudó.
Avanzó bajo una lluvia de disparos, esquivando descargas verdes mientras su espada crepitaba con energía. De un tajo, rompió el generador principal. Un estallido de luz dorada envolvió la cámara. El sonido del metal fundiéndose se mezcló con los gritos electrónicos de los autómatas que se desintegraban.
Cuando el resplandor se disipó, todo había quedado en silencio.
Solo el crepitar del lanzallamas y el eco lejano del eviscerador rompían la quietud.
El sarcófago se había fracturado. De su interior, una figura de metal ennegrecido trató de levantarse, pero Ximena la detuvo con un disparo final de su bólter. El proyectil reliquia perforó el cráneo y lo redujo a polvo brillante.
Sera cayó de rodillas y apoyó el relicario en el suelo.
—Por las hermanas que no volvieron. Que el Emperador las guarde.
El eco de su plegaria se perdió en la oscuridad.
Durante un instante, todo pareció en calma… hasta que el relicario, aún en el suelo, volvió a vibrar.
Esta vez no brillaba con luz dorada, sino con un resplandor verde que se filtraba entre las grietas del metal.
Luciel dio un paso atrás.
—Superiora… eso no es posible.
Ximena levantó el arma, pero antes de poder decir nada, el canal vox se llenó de estática. Entre el ruido se coló una voz, distorsionada, femenina… rezando.
Era una oración de batalla.
Una que todas reconocieron.
La de las novicias desaparecidas.
El relicario estalló en una ráfaga de luz esmeralda.
Y después, nada.